GALERÍA ESTAMPA

Del 14 de abril al 24 de mayo de 2012.

Plaza, 2012, óleo/lienzo, 20x28 cm.

Teniendo en cuenta no su fecha de nacimiento, sino la de su primera exposición individual, 2001, podríamos decir que el pintor Juan Rivas, que no es el mismo que la persona Juan Rivas, es un “joven artista”

Un artista nace en un momento único, un momento de descubrimiento. Es lo que Joyce llamaba una epifanía, el nacimiento no de la carne sino del espíritu.

Tres cuartos, 2012, óleo/lienzo, 20x28 cm.

Juan Rivas, la persona, nació en Pontevedra en 1974, pero eso no es más que un hecho biológico. Su comprensión artística germinó el día en que vio por primera vez algo que, sin embargo, había visto muchas veces, una casa de lenocinio al borde del campo, iluminada por un neón, una de esas casas tan del gusto de camioneros, viajantes y otros desterrados de la carretera que responden al familiar nombre de “puticlub”. Una construcción vulgar, fea, carente por completo de personalidad que a la luz del día daba la sensación de ser un lugar abandonado. Esa anodina arquitectura había adquirido en ese instante, sin embargo, un grado de irrealidad, de ficcionalidad tal que la convertía en una escena arrancada de alguna película perturbadora, como uno de esos inquietantes filmes de David Lynch. Ahora esa casa palpitaba de alguna manera; no sólo tenía vida sino que establecía un nuevo tipo de relación con su entorno, aparecía allí desencajada, totalmente desprovista de sintonía con el paisaje, como una bárbara excrecencia.

El hecho de que esta “iluminación” de Juan Rivas se produjese no ante un crepúsculo fastuoso, ni ante el grandioso espectáculo de una tormenta o de un abismo, sino ante la modesta, irrisoria, despreciable presencia de un lupanar de carretera, nos dice mucho de su carácter. Hay que buscar siempre lo más trágico, y cuando no es posible busquemos lo más cómico, pero sobre todo nada de complacencia, nada de comodidad.
A partir de ese momento Juan Rivas había encontrado su camino, un camino que, no obstante, estaba sembrado por el paisajismo romántico, particularmente por Corot, sólo que él se había propuesto dar un salto y ver lo que había al otro lado de ese paisaje.

Si esto ocurre desde el flanco de la inspiración, desde el punto de vista del proceso Juan Rivas utiliza una técnica común a muchos pintores desde el siglo XIX, como es el recurso a la fotografía, la fotografía entendida como herramienta de la pintura tal y como la veía la crítica en la época de Baudelaire. El resultado no es, sin embargo, en absoluto fotográfico ya que los paisajes son posteriormente manipulados por el pintor para obtener ese deliberado efecto de irrealidad, no en vano la exposición que presenta ahora mismo en la Galería Estampa de Madrid lleva el explícito título de “Paisajes Tuneados”. Los edificios son así descompuestos, acumulados, reinventados, derribados, tratados como muebles o estanterías donde se agrupan objetos. En una gran parte son reducidos a manchas planas, geométricas, dejan de ser arquitecturas para convertirse en arquetipos. El pintor “juega a las casitas”, amuebla los escenarios, convoca atmósferas y luces. Y esa irrespetuosidad es lo que les confiere un valor, dejan de “representar” para empezar a “contar” extrañas historias. Como resultado del proceso, el paisaje ya no pertenece en absoluto a eso que se llama “realidad”, sino a un escenario imaginario, unas veces inquietante y otras regocijante.

Casas, 2012, óleo/lienzo, 35x60 cm

La consecuencia de todo esto es un conjunto de apariencia homogénea, a modo de variaciones de una suite, en el que domina la luz cinematográfica y ese juego permanente entre el paisaje y la arquitectura. Los títulos son muy literales, casi anodinos, “Adosados”, “Agrupamiento”, “Casas”, “Hinchable”, “Paneles”, “Patios de luces” como si el pintor buscase que nada perturbe la magia de la pintura. Que así sea.
Raúl Egizábal